Desde hace más de un año, el mundo está dominado por la pandemia de COVID-19. El virus se ha propagado por todo el mundo y a muchos países les está costando combatirlo. Tras desplomarse en primera instancia, los mercados financieros protagonizaron con rapidez una de las recuperaciones más espectaculares de su historia. Si nos fijamos en lo que BLI escribió al respecto en los albores de la pandemia, hace un año, veremos que la mayoría de nuestros comentarios de entonces siguen estando vigentes.
Acertamos de pleno en cuanto a la situación del virus, puesto que su propagación era bastante predecible. A pesar de que los científicos y los profesionales sanitarios aprenden cada día más sobre el virus y la enfermedad, lamentablemente se han confirmado las primeras hipótesis, según las cuales el virus pondría a prueba los servicios de urgencias y provocaría un gran número de muerte debido a su facilidad de contagio y su tasa de mortalidad entre las personas de edad avanzada. Aunque también resultó que el virus no era finalmente demasiado peligroso para la inmensa mayoría de la población, sigue habiendo muchas dudas sobre los efectos secundarios a largo plazo del contagio de COVID-19.
Los científicos han tenido que reaccionar con celeridad ante el virus para mejorar los tratamientos y desarrollar vacunas. Por su parte, los responsables políticos, especialmente en los países occidentales, tardaron en ser conscientes de la gravedad de la situación. En muchos casos, su respuesta pareció dictada por las reacciones de una minoría influyente, compuesta por «covidiotas» y grupos de presión con una visión a corto plazo, que rechazaban las medidas sanitarias más evidentes (uso de mascarillas, cuarentena estricta, rastreo de contactos, cribados masivos para detectar nuevos brotes de contagio, restricciones a los viajes a las zonas más afectadas), al considerarlas demasiado autoritarias o perjudiciales para la economía. Sin embargo, ha sido justo al contrario: los países que decidieron contener el virus al máximo y no simplemente vivir con él, actualmente están volviendo a la normalidad (o casi), mientras que en muchos países occidentales, la población y las empresas siguen sufriéndolo. La falta de cohesión social y el comportamiento egoísta e ignorante de aquellos que incumplen con total impunidad las normas de distancia agravan aún más sus dificultades.
¿Repunte sorprendente de los mercados bursátiles?
Aunque la evolución de la pandemia apenas sorprendió, no podemos decir lo mismo de los movimientos de las bolsas. ¿Quién habría pensado en marzo de 2020 que los mercados iban a protagonizar una recuperación que catapultaría los principales índices muy por encima de sus récords de entonces? ¿Quién habría dicho que veríamos un enorme repunte de los valores de crecimiento, cuyas valoraciones se han incrementado aún más, antes de asistir, a partir de noviembre, a una de las subidas más espectaculares de las acciones cíclicas y de valor («value») en mucho tiempo? ¿Es razonable esta reacción de los mercados, cuando todavía estamos inmersos en una de las crisis más graves de nuestra historia reciente y cuyas consecuencias económicas aún no podemos evaluar plenamente?
Por lo pronto, podemos recordar lo que escribimos hace un año. Nadie está en condiciones de cuantificar ni prever las consecuencias a corto plazo de la pandemia sobre la economía y los mercados bursátiles. Sin embargo, esta incertidumbre a corto plazo no es exclusiva de la situación actual. Estamos convencidos de que realizar previsiones a corto plazo resulta inútil y que la única forma de ganar, como inversores, estriba en mantener una perspectiva a largo plazo. Nos mantenemos fieles a nuestro proceso, que nos permite identificar las empresas que ofrecen un potencial de crecimiento rentable, no solo en los dos próximos años, sino también más a largo plazo, gracias a unas ventajas competitivas sólidas y unas tendencias estructurales favorables.
Estas afirmaciones siguen siendo totalmente válidas en estos momentos. Para gestores como yo, a cargo de un fondo que invierte exclusivamente en renta variable, no tiene ningún sentido tratar de pronosticar los movimientos del mercado, ya que no tomamos ninguna decisión de asignación de activos. Tampoco me corresponde valorar si las últimas fluctuaciones del mercado y las rotaciones de estilo resultan lógicas. Nuestro enfoque a largo plazo y nuestro proceso de inversión no varían en función del ánimo del mercado, sino que se basan exclusivamente en una selección de valores realizada en función de su calidad y su valoración. En ocasiones, las fluctuaciones del mercado nos brindan la oportunidad de adoptar decisiones de gestión, como recoger beneficios en empresas cuya valoración nos parece excesiva tras una subida, o adquirir o reforzar posiciones en empresas ignoradas por los inversores.
¿Inflación? Negativa a corto plazo, positiva a largo plazo
Aunque para nosotros, los encargados de la selección de valores o «stock pickers», las fluctuaciones del mercado constituyen más una fuente de oportunidades que un motivo de inquietud, no podemos ignorar los temores que han surgido recientemente acerca de una vuelta de la inflación asociada a una subida de los tipos de interés. Puede que tras la pandemia asistamos a un repunte de la inflación, alentado por la gran cantidad de ahorro y la fuerte demanda, junto con los importantes programas de estímulo de los gobiernos ya en marcha. De hecho, son estas expectativas de inflación las que han provocado la reciente corrección de los valores de crecimiento. En efecto, estos parecen menos interesantes si los inversores tienen que calcular los flujos de caja futuros con unos tipos de descuento más elevados. Aunque preferimos un enfoque diversificado en nuestra filosofía de inversión ―ya que consiste en seleccionar valores en función tanto de la calidad como de la valoración―, nuestro interés por las empresas con potencial de crecimiento rentable nos lleva a confeccionar carteras que se enmarcan en la categoría de «crecimiento de calidad». Por tanto, nuestros fondos se han visto afectados por la rotación de estilos que se ha producido en los últimos meses a favor de las acciones cíclicas, de valor y de menor calidad.
En un artículo titulado «Rotaciones sectoriales y rentabilidad relativa de nuestros fondos» publicado hace unas semanas, Guy Wagner, administrador y consejero de BLI y gestor del fondo BL-Global Flexible EUR, expone las condiciones económicas que han desembocado en estas rotaciones, las sitúa en un contexto histórico y explica por qué nuestro estilo de inversión se ve afectado por esta situación. También analiza las razones fundamentales por las que hemos decidido invertir en ciertos sectores en lugar de otros y por qué cobra tanta importancia la selección exclusiva de empresas que generen un alto rendimiento del capital. Dado este enfoque sumamente selectivo, nuestras carteras se desvían considerablemente de los índices, y nuestros inversores han de ser conscientes de que tendrán que asumir periodos de rentabilidad inferior para cosechar una rentabilidad ajustada al riesgo a largo plazo superior a la de los mercados bursátiles. A su vez, las carteras en las que invierten deberían darles más tranquilidad que a la mayoría de los demás inversores durante las fases de corrección del mercado.
Aunque una situación de inflación podría afectar a las perspectivas de los valores de crecimiento y resultar desfavorable para nuestro estilo de gestión durante bastante tiempo, no tiene por qué ser mala para las empresas en las que invertimos. Invertir en un periodo de inflación implica elegir empresas que puedan soportar la subida de los precios y no se vean afectadas por el repunte en los tipos de interés. Esto supone apostar por empresas que atesoran un gran poder de fijación de precios, capacidad para hacer crecer su actividad (y gestionar dicho crecimiento sin tener que invertir mucho) y un balance sin endeudamiento. Empresas que generan liquidez, en lugar de gastarla. Empresas con una base de beneficios sólida, en lugar de empresas de magnífico crecimiento con unas previsiones de beneficios sobrevaloradas. También hay que tener en cuenta factores como la ligereza de los activos, la baja intensidad de la mano de obra y la exposición a la inflación de los precios de las materias primas, que debería seguir siendo razonable. Nuestras empresas cumplen la mayoría de estos criterios. Por ello, confiamos en que, incluso en un entorno de inflación, podrán aprovechar sus fuertes ventajas competitivas para seguir creciendo de forma rentable. Muchas de ellas son líderes en sus mercados, venden productos y servicios de alto valor añadido y han de poder repercutir sus costes a sus clientes. Aunque es cierto que también invertimos en empresas con activos más pesados de los sectores industrial y de materiales, se trata de líderes del mercado con un poder de fijación de precios muy fuerte. Aunque se vean castigadas por la inflación, es más que probable que sus competidoras más débiles la sufran aún más. El resultado final es que nuestras empresas deberían salir aún más fuertes de este periodo, como han hecho tantas veces antes.
Además, incluso si, como concluye Guy Wagner en su artículo, el entorno bursátil no parece que vaya a cambiar a corto plazo y sigue siendo bastante desfavorable para nuestro estilo de gestión, las condiciones económicas parecen prometedoras para nuestras empresas. Se hallan en una buena posición para aprovechar el aumento de la demanda y tienen la capacidad de fijar los precios necesarios para repercutir los incrementos de costes a sus clientes. Y aunque puede que no sean los mayores ganadores de la bolsa a corto plazo, a largo plazo los mercados se mostrarán satisfechos de su capacidad para ofrecer un crecimiento rentable y crear valor para sus accionistas.